buscar

Turismo carretera: manejar por manejar

No hay dos viajeros iguales. Algunos disfrutan de los preparativos y otros paladean fotos al regreso. Descanso al volante. 

Si fuera posible reducir el turismo a una ecuación sería traslado más destino igual a placer. Pero no hay dos viajeros iguales. Algunos disfrutan de los preparativos y otros paladean fotos al regreso. Descanso al volante.

En mi caso, motivos y punto de llegada son opcionales. Sospecho que no soy el único que disfruta de manejar rápido hacia ninguna parte. Frene: no es apología, rápido no significa furioso. Manejo mucho por trabajo y familia. Será que llevo sangre de camionero.

Gasto en combustible y gomas lo que debería pagar por horas de diván, dicen. Decidí escribir sobre autos porque conducir es mi manera de meditar y los aviones son estrellas acá: volar es casi sinónimo de viajar. Guiño: el título no es un homenaje a mi pie derecho. Argentina tiene calibre de continente. Todo en esta tierra queda a tres horizontes de distancia.

El tren hizo lo suyo pero fueron las “cupecitas” de los Grandes Premios las que abrieron las rutas más lindas al turismo. La mayoría de los circuitos panorámicos de nuestro país y provincia como el Cuadrado, Las Cien Curvas, el Camino de las Altas Cumbres o el que bordea el dique Los Molinos fueron alguna vez las pistas de los antepasados del rally.

La Cuesta de Miranda –entre Sañogasta y Villa Unión, en La Rioja– es un paraíso de curvas sobre Talampaya. Una pequeña muestra del gran sueño de los correcaminos: la 40. El llano también tiene lo suyo. Manejar de noche por las Salinas Grandes hacia Santiago es un espectáculo fluorescente. A los chicos les fascina todo lo que brilla en la oscuridad. Río Cuarto fue la frontera durante mucho tiempo y, aun hoy, el desierto llama desde la ruta 35. Horizontes en llamas. El paisaje se borronea. Es lo más parecido a un óleo de William Turner que este cronista pudo vivir.

El cielo se espesa. A los pibes el 3D les encanta y ahí las nubes ganan peso y volumen. Uno teme que caigan. Manual: enseñe a sus chicos que las ventanillas son más divertidas que una tablet. Cruz de caminos. Las rastrilladas que cruzan La Pampa eran las autopistas del pampa. Por ellas iba y venía el malón. Venía con nada y se volvía con una punta de vacas y alguna que otra cautiva. Bajo un cambio: no vendo lugares. Quien lee es libre de elegir su camino. Hablo de que esa caja con ruedas que te lleva medio dormido al trabajo es un buen lugar para dejar de pensar.

Niki Lauda, volante mitológico de la Fórmula 1 y el mejor después de Carlos Reutemann en el arte de poner a punto un pura sangre, decía que al auto hay que sentirlo ahí donde la espalda pierde el nombre. Cuando los ojos van cientos de metros por delante, las orejas sobre el motor y el resto del cuerpo se conecta a chasis, tracción y suspensión, las cuentas de gas, luz y hasta los chillidos que preguntan si falta mucho quedan atrás. Muy atrás. Preparar el coche, afinarlo como a una guitarra es uno de los momentos más placenteros para jugar al hombre con la luz encendida. Hacer camino y filmar comparten una palabra: rodaje. Estaciones de servicio en mitad de la nada. Flotan en la oscuridad como estaciones orbitales. Llenas de historias y personajes. Me divierten. Más que las salas de embarque y las de espera. La moda dice que hoy se usa el turismo lento. Mi pie derecho pesa más que el izquierdo.

Confieso que cuando viajo solo piso un poquito de más. Una de las veces que paré a conversar con el radar me sucedió una de esas historias por las que la ruta siempre me llama. Leí en la camisa del policía el nombre de un poeta. Uno de la generación de 1990, un tipo de mi edad al que admiro y envidio con ganas. Se lo dije cuando me multaba, mientras intentaba camuflar el teléfono para tomar una foto que no logré. Le recité un poema que me pone las crines de punta. Dice: "tengo la edad en la que mueren los caballos". Se sorprendió y se emocionó un poco. Freno de mano: poesía no es soborno y la multa fue honrada. A otro le hice buscar en su teléfono La Gran Salina de Zelarayán. Ese no me multó. Estaba solo y aburrido en medio de la sal. Igual que yo.