buscar

Historias para compartir

Marcela, experta cocinera de comidas regionales y coplera, acompañada por Cristian, su marido.
Marcela, experta cocinera de comidas regionales y coplera, acompañada por Cristian, su marido.

Para visitar Jujuy hay que despojarse de la piel de un simple turista y convertirse en una especie de explorador, de lugares, gente, olores, sabores y sensaciones. Así dispuesto, el visitante podrá descubrir el alma de los jujeños.

Para visitar Jujuy hay que despojarse de la piel de un simple turista y convertirse en una especie de explorador, de lugares, gente, olores, sabores y sensaciones. Así dispuesto, el visitante podrá descubrir el alma de los jujeños.

Que el dueño del restaurante venga y se siente en su mesa, no es algo impensable. Pero si ese hombre es Eduardo Escobar, el alma mater de La Papa Verde, en Tilcara, pasa a ser algo imperdible.

Con “Edu”, como se lo conoce en todo Jujuy, sabrá de la historia de la primera Madre de Plaza de Mayo, que daba vueltas solita por la plaza de Tilcara y él comenzó a acompañarla. También se enterará que una vez, para despertar el interés del pueblo sobre la tragedia de esa mujer, la virgen de la iglesia de San Francisco de Tilcara salió en procesión con el pañuelo blanco de las Madres en su cabeza, con el consabido escándalo de la feligresía. Pero el objetivo fue cumplido.

O quizá sepa del Cristo Guerrillero, que talló Edmundo Villarreal, padre de Ana María, esposa de Mario Roberto Santucho, asesinada en Trelew el 22 de agosto de 1972, y que fuera destruido por la represión.

Coplera y cocinera

En un asado al que nos invitaron la última noche en Tilcara, conocimos a Marcela, una jujeña dueña de La Vicuñita, restaurante de Susques, y coplera.

El relato de Marcela nos llevó directo a la emoción y los ojos se humedecieron: “Cuando era chica, yo notaba que mi mama siempre silbaba, cuando cocinaba, cuando lavaba, cuando planchaba, siempre. Un día le pregunté por qué silbaba y me contó que cuando era niña y vivía con sus padres en lo alto del cerro El Penacho, hacía de pastora de la majadita de cabras y ovejas de la familia. En esas horas muertas, allá en la soledad del cerro, no hallaba con qué entretenerse, entonces silbaba y el viento, como jugando, le traía de vuelta el silbido”.

“Un día -recuerda- cuando mi mama ya había muerto, con Cristian, mi marido, a quien le encanta andar trepando los cerros, fuimos hasta El Penacho, pero yo me cansé y me quedé sentadita en una piedra, a esperarlo. Estaba ahí, aburrida, sin nada que hacer y me acordé de aquella historia. Entonces empecé a silbar y el viento me traía de vuelta el silbido y yo sentí que era mi mama la que me contestaba”.

A curarse el susto

Otra historia, desgranada por Luis Zerpa, el guía, cuando viajábamos por la Cuesta de Lipán, fue la de las curanderas del “susto”. El escepticismo ganó los rostros, pero él siguió: “Uno de mis hermanos, cuando tenía unos 5 años, estaba viéndonos jugar al fútbol y de pronto un perro saltó por encima de él. Desde ese momento, mi hermano no comía, no dormía, lloraba todo el tiempo y comenzó a tener fiebre. Lo llevaron al médico y luego de todos los estudios y análisis, el doctor preguntó ‘¿Este chico ha tenido un susto?’. Cuando nos consultaron a los otros hermanos nos acordamos del perro y dijimos que sí. Ahí nomás lo llevaron a doña Jose, en Maimará, y ella lo curó”.

Además de doña Jose, otro famoso curandero de susto es don Sixto, en Abra Pampa. Estos personajes, además, “leen” las hojas de coca, una seudociencia transmitida de generación en generación a algunos “elegidos”.

Y la hoja coca es muy importante, porque con ella se combate el soroche, o apunamiento, entre otras cosas. En forma de infusión, como té, o mascándolas (acullico o acusi), la coca es parte de la impronta del norte argentino, Bolivia y Perú.