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En la América profunda

Escalinatas de la iglesia Santo Tomás, atestada de feligreses y mercaderes en una atmósfera de incienso.
Escalinatas de la iglesia Santo Tomás, atestada de feligreses y mercaderes en una atmósfera de incienso.

Al menos una vez en la vida, habría que visitar la ciudad guatemalteca de Chichicastenango. La población, en su mayoría aborigen, sigue apegada a las creencias de su cosmovisión y a ritos católicos que evidencian un sincretismo religioso y cultural.

El sueño se interrumpe las madrugadas de los domingos en Chichicastenango, con el estruendo de bombas. Son los cofrades quienes las lanzan para recordar el santo del día en la Plaza Central, a casi 2.000 metros de altura.

En el corazón urbano, el espacio público está flanqueado por dos iglesias católicas: la capilla del Calvario, en la que los k´ichés hacen sus ceremonias alrededor del fuego y al frente, la iglesia Santo Tomás, del siglo XVI, monasterio dominico construido sobre un sagrado sitio aborigen.

Todavía entregados al descanso los numerosos turistas en los hoteles ignoran que la vida bulle sobre las calles adoquinadas donde numerosos mercaderes, provenientes de los cerros, instalan en sucesivos puestos los productos cosechados: frutas, verduras, flores, semillas, legumbres, animales vivos, huevos, leña, madera, “copal pom” (especie de resina en piedra) y tentadoras artesanías que abarcan cestería, textiles, cerámicas y máscaras, por citar algunas. También se hacen arreglos de zapatos y ropas en el día.

Este frenético ajetreo tiene lugar jueves y domingos y da vida al mercado indígena más importante de Guatemala.

Hacia ese núcleo confluye la mayoría de los visitantes que llegan al país centroamericano.

Los tañidos de campanas convocan a los templos. La capilla del Calvario, muestra los pisos cubiertos por una capa de cera derretida por las numerosas velas ofrecidas a sus dioses. Al frente, en la iglesia Santo Tomás, se cumple el santoral con misas matinales cada hora.

Una escalinata conduce al atrio lleno del denso humo del copal pom y por infinidad de velas.

La feligresía local llega con ramos de encinas y milpa (maíz) a la misa que un cura católico ofrece en español y en k´iché. Son presencia mayoritaria y en general son familias aborígenes  que hoy, y tal como lo hicieron ayer sus ancestros, en tiempos coloniales van implorar justicia que siempre les fue esquiva.

Un coro, entona salmos en el dulce idioma k´iché y el templo asiste a una ceremonia de emociones profundas de sincretismo cultural y religioso.

Se observan turistas norteamericanos y otros europeos que asisten absortos al oficio.

Ya en el exterior, el mercado está en su apogeo. Tentadores aromas escapan de las grandes ollas donde se cuecen variopintos alimentos y que se mezclan con perfumadas especias e incienso.

Una de las calles laterales del templo deja ver el cementerio de  coloridas tumbas sobre un cerro, mientras se avanza entre coloniales edificaciones, en la actualidad muchas de ellas hoteles. Las puertas abiertas dejan ver los patios con profusa vegetación y llamativos guacamayos.

Por la altura, Chichicastenango es frío. Como la mayoría de los países centroamericanos en Guatemala las estaciones se dividen en dos: de mayo a noviembre llegan las lluvias y de diciembre a mayo es seco.

Las construcciones son todas de adobe y casi todas las casas tienen un altar para realizar ceremonias aborígenes.

A pocas cuadras, el arco-puente Gucumatz, originalmente de ladrillo hasta que en 1932 se realizó el actual con diseño del arquitecto Aniceto de León en piedra canteada.

Por las angostas calles circulan coloridos ómnibus y taximotos que a gran velocidad surcan el centro histórico de caótico tráfico vehicular.

Mundo aborigen 

En Chichicastenango están los cerros Chuicatalina, Mucubaltzib, Pocohil y Turcaj. En la cima del Turcaj hay un altar donde chamanes y sacerdotes mayas realizan ceremonias en homenaje a Pascual Abaj, el dios indígena. Muchas son solicitadas  por peticionantes que a través de la divinidad buscan mejoras laborales, solución de amores contrariados y recuperación de  la salud.

El grupo rodea al sacerdote quien ofrece velas de diversos colores, flores, ramas de árboles, incienso, comidas, bebidas y hasta incluso latas de conservas.

En la base del Turcaj, el Museo Pascual Abaj expone un universo de máscaras, antiguas vasijas, textiles y varios elementos que testimonian creencias ancestrales. Es la fe contenida en el Popol Vuh, llamado también Libro del Consejo, Libro Sagrado o Biblia de los mayas, que narra el origen de la humanidad, cuyo origen data del siglo XVI y que fue encontrado en Chichicastenango.

Traducido al español por fray Francisco Ximénez, los escritos se refieren también a fenómenos naturales según la cosmovisión aborigen con el fin de preservar la génesis de la raza.

Oscurece y regresamos. La cena transcurre con inalterables  imágenes de un día intenso en la América más profunda.