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Tahití, Moorea y Bora Bora

Las islas de Tahití, la “reina”, se extienden por un área tan extensa como Europa.

El sinfín de actividades, desde safaris en vehículos 4x4 o circuitos eco-turísticos por los paisajes interiores, pasando por la más variada gama de actividades náuticas y submarinas, hasta excursiones y visitas guiadas a puntos históricos y arqueológicos de interés, son un denominador común en estas islas.

Las islas de Tahití, la “reina”, se extienden por un área tan extensa como Europa. Este templo de mamíferos marinos, posee una Reserva de la Biosfera reconocida en 1977 por la Unesco.

Compuesta por dos cadenas de montañas volcánicas, Tahití Nui (Gran Tahití) y Tahití Iti (Pequeña Tahití), fuera de los límites de la ciudad regala exóticas playas de arena negra; montañas recubiertas de un verde impactante; valles secretos con frondosa vegetación tropical, y tranquilas aldeas en las que todos los habitantes se conocen.

Papeete es la capital del corazón palpitante de las islas y un verdadero torbellino de color y sonidos. El centro comercial más importante es el mercado municipal, Le Marché, la más afamada zona de tiendas que se inunda con abundancia de flores, artesanías locales y cientos de stands que venden absolutamente de todo, como frutas, arreglos florales, joyas, collares de conchas y todo tipo de recuerdos.

Esta tierra, que fue el hogar del artista francés Paul Gauguin y del novelista escocés Robert Louis Stevenson, también aloja muchos cafés y restaurantes multiculturales. A la noche, esta fascinante ciudad se gana el  mote de ser el “centro de placer de los mares del sur”, con su aglomeración de discotecas y bares que ofrecen todo tipo de ritmos, especialmente la sensual danza nacional tahitiana, el tamure.

Recorrer Tahití implica una única ruta, de aproximadamente 114 kilómetros, para visitar la tumba del último rey de la dinastía Pomare; la garganta del Tahana, con vista panorámica de la costa hasta Papeete, y la silueta de las montañas de Moorea; el museo Paul Gauguin y el Museo de la Perla; el estilo colonial del Ayuntamiento de Papeete; la catedral de Notre-Dame, de Papeete, y el Lagonarium, un auténtico observatorio submarino.

La mágica Moorea. Moorea, la isla mágica, se encuentra a 17 kilómetros de Tahití. Una carretera de 60 kilómetros la rodea. Este jardín lujurioso, asentado sobre una laguna cristalina, contrasta con el verde relieve de la isla y es digno de acuarela sobre bastidor. Los bungalows de numerosos hoteles se esparcen sobre el agua diáfana que traza un sutil delineado frente a la reluciente arena de la playa.

Los habitantes asentados en su tranquilo ritmo de vida, se enorgullecen de haber evitado el desarrollo excesivo, lo que les permite disfrutar más de las montañas que caen casi verticalmente hasta el agua. Este sitio ha seducido a artistas y poetas de todo el mundo y deslumbra con uno de los más bellos paisajes.

Hay que visitar la galería de arte Van der Hiede; su pequeño pero increíble acuario; la granja experimental de perlas; el Dolphin Quest, para encontrarse con los delfines; el mercado de Paopao, y el cultural Tiki Théâtre Village, para descubrir la Polinesia de ayer con actividades tradicionales y espectáculos de cantos y danzas.

No hay que olvidar el Mirador Belvedere para la foto panorámica de la bahía de la isla.

Bora Bora. Bora Bora, la perla del pacífico, situada a 280 kilómetros al noroeste de Tahití, se despliega sobre un cuerpo de aguas translúcidas poco profundas. Su isla principal tiene sólo 10 kilómetros de largo por cuatro kilómetros de ancho y para recorrerla hay un camino, parcialmente pavimentado, de unos 29 kilómetros, que pasa por coloridos pueblos como Vaitape, Faanui y Anau.

Este atolón se destaca por ser una auténtica piscina natural, que brinda relevancia a todas las preferencias acuáticas.

Aquí no solo se puede nadar junto a las manta rayas, sino que también es posible vivir la experiencia inolvidable de alimentar tiburones. Además, invita a una variedad de actividades culturales y atracciones históricas, entre las que se destacan el antiguo templo Marae y los cañones y reliquias de la Segunda Guerra Mundial; las galerías de arte y artesanías, y las ceremonias de baile tahitiano.

Cada archipiélago tiene sus propias costumbres, tradiciones y pequeñas curiosidades, que lo hacen único. Y aunque las islas más reputadas de la Polinesia en el mundo turístico son Tahití, Moorea y Bora Bora, el resto ofrece una experiencia natural y diferente, en su lado más antiguo y desnudo.