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Para apagar la sed del alma

“El agua es la bebida que apaga la sed del alma”, asegura el Corán.
“El agua es la bebida que apaga la sed del alma”, asegura el Corán.

Abrí los ojos y descubrí al hombrecillo ir y venir con su guante. No todos los días veo a un tipo encima mío tratando de sacarme brillo.

Abrí los ojos y descubrí al hombrecillo ir y venir con su guante. No todos los días veo a un tipo encima mío tratando de sacarme brillo. Me sentía un mueble viejo, al que  lijan para luego encerar. Sin dejar de temblar, él iba de los tobillos a la cintura, de la cintura al pecho. Seguía sin emitir una palabra, pero en su silencio místico podía descifrar una sabiduría milenaria.

En un momento estuve a punto de pedirle que parara, sentía que el cuello me ardía de tanto que me refregaba, pero para mi suerte el hombre se había quedado sin agua y se dirigía a cargar un nuevo balde. En ese momento, pude comprobar la cantidad de piel que había quedado pegada a la “esponja”.

Y, de repente, ¡plash!, otro baldazo de agua caliente. “¡Eh.… amigo, tranquilo!”, le solté, pero él siguió con su trabajo, mientras el agua me entraba en los oídos y me hacía percibir todo más confuso.

Hans seguía boca abajo sin emitir sonido. El viejito había acabado con él antes que conmigo. Pensé que era cierto cuando me comentaban que el hammam no sólo sirve para limpiar el cuerpo y la piel, sino también para curar el estrés y relajarse.

Por su parte, su hermano Karl continuaba mirando con desconfianza al viejo y también a su hermano y a mí. No supe si aclararle que todo estaba bien o tirarle un baldazo de agua.

El lugar se fue llenado de gente. Cada uno llegaba por su cuenta y mecánicamente se comenzaba a bañar con su respectivo beldi, su kassa y su balde.

De un momento a otro, el viejo me miró y empezó a dibujar en el aire un círculo con su dedo índice. ”Quiere que te des vuelta”, me aclaró tentado Karl. ”Porqué no te das vuelta vos”, le respondí indignado.

En ese instante, un hombre de barba larga y aspecto sucio me lanzó una extraña mezcla de árabe y francés: “Lo que Youssef quiere es que te des vuelta para masajearte la espalda, las piernas y la nuca”,

Me di vuelta empacado, la ñata contra el piso, convencido de que ya nada podía hacer.

Y comencé a escuchar diálogos de unos y otros. Intercambiaban palabras, señas, burlas, risas, hasta que pronto la voz de los hermanos Schlereth fue desapareciendo, desapareció también la del resto de la gente, desapareció el viejo Youssef con el hammam y sus artilugios y también me diluí yo.

Nos retiramos del hammam minutos más tarde con la sensación de haber cambiado de cuerpo. ¿Las capas de piel esconden recuerdos?

Con la piel exfoliada y los poros abiertos, me sentía más liviano de cuerpo y también de pensamiento. Caminar podía definirlo ahora como volar entre paso y paso.

Nos sentamos en un bar enfrente del hammam, pedimos tres cafés y permanecimos en silencio mientras por la radio se escuchaba Nouvelle Vague, de Anouar Brahem.

Me sentía en un estado de paz pocas veces alcanzado. Todavía podía sentir el agua corriendo por mi cuerpo y mi piel antigua desprendiéndose. Entonces me acordé del viejo Youssef, de su profundo silencio cargado de sabiduría y de las palabras de aquel devoto del Corán: “El agua es para nosotros la bebida que apaga la sed del alma”.