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Koh Lipe a la hora del sol

Koh Lipe está calificada como una de las mejores playas de Tailandia. (Sebastián Dinolfo)
Koh Lipe está calificada como una de las mejores playas de Tailandia. (Sebastián Dinolfo)

En Tailandia, en una de las islas más famosas del Mar de Andamán, no importa mucho en qué parte del mundo se está. 

De una tribuna de rocas porosas se desprende un árbol que nos cubre de los rayazos de la Sunrise Beach, en Koh Lipe. La rama más gruesa sostiene una hamaca, de esas que se ven en todas las playas del sudeste asiático y que son el premio de la gente que llega con la alborada o en la temporada baja, cuando no hay tanta demanda de columpios y de corales.

Koh Lipe es un pétalo de sal que flota en el Mar de Andamán, en un punto intermedio entre Tailandia y Malasia.

Desde el asiento de la hamaca, “Lu”, mi novia, mira-sin-ver de un lado, el extenso parque marino tailandés Koh Tarutao y, del otro, los montes malayos donde se esconde el Skybridge de Langkawi. Pero no se confunda, gracias a un truco de la corona tailandesa esta tierra tiene su capital en Bangkok.

La realeza de Tailandia le propuso a los chao lé, un pueblo nómada originario de estas costas, que ocupe esta isla y que adopte su nacionalidad. Son una comunidad trashumante que hacen de su bote y el océano su casa. Sus barquitos perdieron el reflejo en la transparencia del agua, pero conservan su fuerza y la buena fortuna amarradas con telas en la proa. Son humanidades y técnicas que han sobrevivido a miles de naufragios.

A unos pasos de nosotros, uno de ellos arregla la panza de su longtail junto con su hijo. A esta hora, la luz se filtra en las profundidades y despierta el color topacio de la piel de Andamán; hay que aprovecharla para trabajar. Unos metros más abajo, tras una cortina de calcificaciones huecas y lechosas, un impulso eléctrico barre el arrecife de coral y levanta peces con brillos de jade.

Entro al agua y me hundo a unos metros de la costa. Una nube cubre el sol unos segundos y se me confunden las sombras, no sé si la arena blanca anda en el cielo o en el lecho del mar. Vuelvo a respirar, el agua se calla y escucho la soga de cáñamo de esa hamaca que se anuda a la vida de este lugar.

Mi novia se acampana con el viento enredado en el pelo; el barquero y el niño entran de lleno al mar. Los tres se ríen con los ojos cerrados. Cuando llegás a Koh Lipe, verdaderamente, no importa en qué parte del mundo estás.