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Instrucciones para cruzar la calle en Vietnam

Transitar a pie por las calles de Vietnam es una verdadera carrera de obstáculos. (Mario Cherrutti)
Transitar a pie por las calles de Vietnam es una verdadera carrera de obstáculos. (Mario Cherrutti)

Como en aquel país los autos son muy costosos, abundan los scooters. Pero son demasiados y para el peatón, transitar es una misión imposible. 

En Saigón, una ciudad de nueve millones de habitantes, siete millones se mueven en moto. En Hanoi, cuatro de los seis millones también circulan en motitos tipo Scooter. Esto se repite en todas las ciudades de Vietnam. Los autos tienen aquí impuestos tan altos que los vuelven inaccesibles y ha logrado que aquel sea el país con récord Guinness de motos por habitante.

El sueño de todo vietnamita es comprarse su primera moto a los 18 años. A lo largo de su vida, podrá llevar un chancho vivo, una jaula con 35 gallinas, cinco bolsas de arroz de 10 kilos cada una o un juego de sillones. Llegado el momento, transportará a la familia: los bebés van cargados en una mochila o en el medio de los dos adultos. Si tiene más de un año, irá en una sillita alta, como las de los restaurantes, delante del conductor. Si ya pasó los cinco, parado. Los fines de semana, todos a bordo, aunque sean cuatro.

Si hay que hacer las compras, ¿para qué bajarse si se puede serpentear entre los puestos del mercado y comprar cómodamente sentado? Y cuando haya un rato libre en medio del día de trabajo, ¿por qué no dormir una siesta sobre la moto con los pies sobre el manubrio?

La moto lo es todo para un ciudadano de este país y tiene su propia moda y accesorios. A la hora de montar sus dos ruedas, las mujeres se envuelven las piernas con una especie de pareo floreado. Todos usan barbijos estampados y coloridos, además de camperas rompeviento y guantes de manga larga para evitar el sol impiadoso. La lluvia no es impedimento, aun cuando se carguen niños o mercadería. Un enorme impermeable cubre al conductor y a su moto hasta las ruedas, como los caballos vestidos de la Edad Media. Algunos ya vienen preparados con agujeros para dos cabezas y todos tienen un cuadrado transparente delante del foco.

Casi no hay semáforos en Vietnam y, desde uno de los miles de cafés de Saigón, no puedo sacar los ojos de ese río de ruedas y metal, una masa de cascos de colores que se desplaza sin lógica en todas las direcciones. Cruzan, doblan, se detienen, se suben a las veredas y avanzan por allí, circulan a contramano y esquivan puestos en el mercado sin respetar ni una sola de las reglas de tránsito que conocemos en Occidente. Los peatones atraviesan la calle como ciegos entre el rugido y las bocinas, mezclados con algún que otro auto, bicicletas y los últimos cyclos (bicitaxis).

Pago mi café y me animo a salir. Clavada en la vereda, sin poder dar un paso, podría pasar allí toda mi estadía sin llegar nunca a la otra orilla. Cruzar con mentalidad argentina es imposible. Correr, detenerse en seco, retroceder o insultar son acciones inútiles en Vietnam.

¿Cómo lo hacen ellos? Funcionan como una célula, un sólo cuerpo, porque el otro no es un extraño. Avanzan confiados en que otro vietnamita jamás lo va a atropellar. Nada mejor para un vietnamita que otro vietnamita. Eso fue lo que, mucho antes del tránsito enloquecido, le permitió a este pueblo colocar el país entre los más productivos de Asia en apenas 40 años, después de haber recibido 10 veces la cantidad de bombas arrojadas durante toda la Segunda Guerra Mundial.