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El laberinto más hermoso del mundo

Cuaderno de viaje. Sí, te vas a perder en Venecia. Basta con verla en Google Maps para dimensionar lo intrincado de ese conjunto de más de 100 islas, unidas caprichosamente a través de puentes.

Sí, te vas a perder en Venecia. Basta con verla en Google Maps para dimensionar lo intrincado de ese conjunto de más de 100 islas, unidas caprichosamente a través de puentes. No importa con cuántos mapas cuentes. Los carteles que señalan hacia la plaza de San Marcos y hacia el puente Rialto tampoco serán suficientes. En algún momento vas a doblar a la izquierda, cuando tenías que ir hacia la derecha, y te vas a perder.

De todas formas lo vale, porque nunca (¡nunca!) vas a ver nada igual. Y no me refiero sólo a palacios de mármol construidos sobre canales, a una vida acuática que gira en torno a las góndolas ni a esa imagen romántica que el turismo masivo le asoció hace tiempo. Venecia es arte (del antiguo y del nuevo), es la huella de grandes imperios y es, sobre todo, una ciudad viva que habla a través de sus mercados, sus iglesias y sus paredes.

Es, también, un lugar donde muchos de los tesoros se descubren por casualidad, sobre todo si alquilás una habitación en una punta remota de la isla. Así, en tu camino hacia San Marcos (un punto trillado pero ineludible) te podés topar con el barrio judío más antiguo de Europa, una zona tranquila donde distintas sinagogas conviven junto a un memorial del Holocausto. Quizás enfiles primero para el puente Rialto y vivas un pedacito de la vida veneciana en los mercados: chefs que compran productos frescos para sus recetas se mezclan con señoras envueltas en pieles en busca de pescados y mariscos, mientras viajeros como vos los miran e intentan sacar fotos.

O a lo mejor te alojás por la zona de Dorsoduro y decidís pasar por la colección de Peggy Gugenheim, donde las obras de Picasso, Pollock, Ernst y Magritte en un palacio junto al Gran Canal llevan la contemplación estética a otro nivel.

Sea como sea, todos los caminos conducen a la plaza de San Marcos. Ahí podés visitar la Basílica, el Campanile, el Palacio Ducal y el Puente de los Suspiros, todo en pocos metros y junto a muchos turistas y palomas. De arquitectura bizantina, la Basílica recuerda que durante mucho tiempo Venecia fue un importante enclave entre Oriente y Occidente, mientras que en el Campanile encontrás una de las mejores vistas a la ciudad.

No te guíes por nombres: el Palacio Ducal, además de palacio, funcionó como cárcel, y el Puente de los Suspiros era el último lugar en el que los presos veían el mar antes de ser encerrados. Si sos fan de la literatura, en la plaza te esperan un par de joyitas más: el Harry’s Bar, frecuentado por Hemingway y Capote; y el Café Florian, que tenía a Proust y a Dickens entre sus habitués.

Después de tanto ícono turístico, nada mejor que seguir explorando los laterales de la ciudad. En esa travesía te podés cruzar con todo tipo de personajes: desde gondoleros simpáticos a señores mayores y tenebrosos en callejones oscuros que, más allá de su apariencia, te van a ayudar a ubicarte aunque solo sepas decir buongiorno, scusa y grazie. Si tenés suerte, quizás retrates a un auténtico signor italiano y escuches a las señoras del barrio tirarle chistes para que empiece a cobrar por foto.

Cuando camines por estas zonas vas a entender también que la vida sobre el agua no se reduce a las típicas (y carísimas) góndolas, sino que existe el vaporetto (una especie de "bondi" acuático), lanchas que hacen las veces de taxi o de auto y (créase o no) hasta kayaks y bicis flotantes. Si además de mirar hacia los canales prestás atención a las fachadas, vas a descubrir que las paredes hablan en italiano y en inglés. Frases como “Pabellón de inmigrantes anónimos y sin Estado”, “Juventud brutal” y “Mejor muerto que esclavo”, al igual que caricaturas sobre el consumismo turístico, muestran a una Venecia menos conocida: la crítica y la cotidiana.

Y si de vida cotidiana se trata, imposible dejar de lado el vínculo de los italianos con la religión. Lo vas a encontrar a pequeña escala en grutas habitadas por santos, vírgenes y palomas; y a gran escala a través de capillas, iglesias, sinagogas y basílicas. Algunas guardan historias fascinantes, como la Iglesia de Santa María dei Mirácoli: en el siglo XV, la imagen de la Virgen empezó a llorar milagrosamente en un santuario al aire libre y, para venerarla, los vecinos construyeron esta capilla con mármol de los escombros de San Marcos. Otras, anónimas, guardan historias mínimas, como la que organizó el mercado de pulgas donde compré la vieja letra de imprenta que ahora me mira desde mi escritorio.