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Cuaderno de viaje: Vida de muertos

México se viste de gala para homenajear a sus muertos y recibir visitas de todas partes del mundo.

La primera foto que envié por WhatsApp a familiares y amigos después de mi llegada a Ciudad de México fue una selfie en la que aparecía maquillado, con una capa blanquísima que me tapaba la cara y unos círculos negros alrededor de los ojos. No llevaba ni 12 horas de aterrizado y ya participaba de un tutorial para aprender a pintarme a la manera de una Catrina, figura que simboliza el Día de Muertos en el país azteca. Mientras veía la destreza de mis compañeros de viaje al momento de aplicarse colores en el rostro y transmitir en vivo su transformación –en su mayoría eran influencers–, el espejo me devolvía una imagen involuntariamente cómica: antes que un elegante Catrín, parecía el cantante de un grupo de glam rock al que le rescindieron el contrato y se pasó la mañana llorando en su habitación. Viniendo de alguien que por lo general no usa maquillaje, las respuestas a la foto fueron risas en forma de bromas y emojis. Era un buen comienzo.

El Día de Muertos es una de las grandes celebraciones anuales de México. Los últimos días de octubre y los primeros de noviembre, el país se viste de gala para homenajearlos y recibir visitas de todas partes del mundo. No es la pena ni el dolor lo que los reúne, sino la constancia y el festejo de que sus seres queridos pasaron por este mundo. La muerte tiene un significado muy profundo en la cultura mejicana, por eso deciden agasajarla a lo grande cada año, con una fecha conmemorativa que reúne todas las características de esta tradición.

Después de la clase de maquillaje y un almuerzo repleto de delicias muy bien condimentadas en Sonora Grill, fuimos hacia el Hotel Victoria, un edificio ubicado en el Paseo de la Reforma que años atrás funcionó como hotel y en la actualidad, gracias a su vista privilegiada, permite apreciar el desfile por el Día de Muertos en formato panorámico. Desde la terraza se podían apreciar las carrozas, las miles de catrinas perfectamente maquilladas y, por supuesto, la compañía del pueblo: una procesión colorida para brindar ofrendas a los que ya no están. Bajamos hasta la calle, a perdernos entre la gente y disfrutarlo en tres dimensiones; un espectáculo maravilloso. Entre esqueletos, bailarines y carteles con frases alusivas, el desfile se despidió con una postal perfecta, en la que los tonos del atardecer hicieron juego con algunas vestimentas.

Más tarde nos esperaba una última actividad en el hotel: la experiencia de “Las tres leyendas”, una especie de teatro de terror inmersivo. Lo que durante el día era un edificio antiguo, por la noche se transformó en una zona llena de situaciones aterradoras. Un actor vestido como recepcionista y lleno de gestos dementes fue nuestro guía y nos acompañó por habitaciones en las que ocurría la historia central. Después nos separó, porque el miedo funciona mejor cuando estamos solos. Yo terminé en un cuarto a oscuras junto con Antonia, una londinense muy agradable e inteligente que dominaba siete idiomas y tenía una rapidez increíble para los chistes. Pero encerrado con ella, en un lugar en penumbras con actores que simulaban ser fantasmas, comprendí que el terror era su kriptonita, así que tuve que simular una paz y una valentía que no tenía para calmarla mientras intentábamos escapar. Si el objetivo era asustarnos y demostrar que los festejos no eran sólo simpáticas comparsas, tengo que decir que lo consiguieron: todos celebramos cuando finalmente nos encontramos en la entrada del misterioso hotel. Así terminó el primer día.

Uno de los objetivos de México pasa por instalar el Día de Muertos como una atracción global. Su orgullo se los permite, ya que por esos mismos días compiten con una fiesta “gringa”, con epicentro en los Estados Unidos. Por eso hay atracciones más tradicionalistas que otras. “Halloween es una fiesta de la mercadotecnia. Calabazas, brujas y fantasmas no tienen nada que ver con la tradición cristiana”, decía el cura en su misa del domingo en la Iglesia de San Juan Bautista, en Coyoacán. Después de visitar el mercado, repleto de chucherías y exquisiteces, nos dirigimos a la Casa Frida Kahlo, con sus paredes de intenso azul y sus habitaciones llenas de historias, para terminar en el Museo Dolores Olmedo Patiño.

Ciudad de México es enorme, con infinidad de lugares para conocer, pero si los días son pocos y hay que recortar paseos, una cita obligada es Teotihuacán, también conocida como “la ciudad de los dioses”. Construida por una civilización anterior a los aztecas, sus Pirámides de la Luna y el Sol irradian una energía que atrapa hasta a los escépticos, además de proveer paisajes difíciles de olvidar. En nuestro caso, fue el último paseo: al día siguiente, el grupo se separaba para conocer festejos del Día de Muertos en otras partes del país. Nos despedimos con una gira de tacos (interesados: entren a saboresmexicofoodtours.com) que incluyó maravillas gastronómicas aptas para cualquier paladar, desde los novatos hasta los entrenados, y cerramos la noche con brindis de mezcal, carcajadas e historias de Instagram, con la satisfacción de sentir en carne propia una tradición tan intensa y milenaria, ya sin necesidad de maquillaje.