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Capillas de mármol, un santuario de la naturaleza en la Patagonia chilena

En el lago General Carrera, el segundo de Sudamérica, se encuentra esta maravilla geológica. Son islotes que sorprenden con sus curiosas figuras.

El lago General Carrera, en la región de Aysén, en la Patagonia chilena, es tan grande que cuando sopla el viento se confunde con un mar embravecido. Es el segundo lago de Sudamérica y comparte sus aguas con la Argentina. En esa inmensidad de azules profundos, se encuentra una de las maravillas geológicas del mundo: las capillas de mármol.

Para apreciar estas formaciones únicas, es preciso viajar bien al sur del país vecino por la carretera austral, que cruza por algunos de los paisajes más bellos y vírgenes del planeta. Y, luego, embarcarse en una hora de lancha, por 15 dólares, rumbo a un “santuario de la naturaleza”, considerado Monumento Nacional de Chile.

El embarcadero está en Puerto Río Tranquilo, una pequeña y pintoresca localidad, a 220 kilómetros de Coyhaique y a 80 de Puerto Guadal, un pueblito donde es posible pasar la noche previa en un iglú, con vista al lago y a las estrellas.

Dicen que, cada verano, los turistas se agolpan en las boleterías para peregrinar al santuario. Pero a fines de marzo, cuando el sur se prepara para hibernar y la temporada se apaga, la salida de las lanchas es sin espera.

Ya en la ruta lacustre, el silencio con el sobrevuelo de los cóndores es sobrecogedor (excepto cuando alguien despliega un dron). El camino va acompañado de celestes que se amalgaman en una composición asombrosa que confunde el cielo con el agua de sedimentos glaciares y se proyecta en el níveo mármol. Los colores son puros, más que un simple truco de la luz.

Los primeros indicios de las formaciones aparecen a 15 minutos de andar. Son paredones de 350 millones de años que, se estima, abrigan a unos cinco mil millones de toneladas de mármol.

Las cavernas, las capillas y la catedral son un grupo de islotes cuyas formas exteriores, esculpidas por los vientos, las lluvias y el tiempo, les dan sus nombres, después de haber permanecido durante milenios bajo glaciares o campos de hielo.

En cuatro laterales se ubican las cavernas (de unos 15 mil años de antigüedad, fruto de la última glaciación), a las que es posible ingresar en lancha con el motor apagado. Las cuevas son como galerías de aberturas irregulares, estrechas y bajas a la altura de las manos curiosas que desean sentir el mármol frío y rugoso de vetas nítidas. En el silencio del interior, el agua brilla y se refleja de color turquesa refulgente en las paredes.

Mientras, afuera, las rocas se presentan como figuras curiosas que se asemejan a elefantes que toman agua, gorilas, tortugas o perros de perfil.

Poco más allá, en el borde occidental del lago asoma la catedral como un enorme hongo que se eleva hacia el cielo, cruzado por un túnel natural que hasta el año pasado, antes de que sus paredes de mármol fueran grafiteadas por turistas, se podía cruzar en kayak. Hasta allí, cuenta el guía, llegan novios a casarse frente al templo de piedra, con garantía de lograr las mejores fotos de boda del mundo.

La gran cabeza pétrea se sostiene por pilares que forman ventanas con los techos abovedados y las paredes ornamentadas y con textura, desde donde se advierten más azules, más naturaleza.

En esta sinfonía perfecta, el carbonato de calcio, el cuarzo y la limonita despliegan una variedad hipnótica de azules grisáceos, rosados, algún amarillo y blancos puros que convierten a la roca en una exquisita obra de arte natural.