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Asia, acá nomás

Muy cerca de las Cataratas del Iguazú, del lado brasilero, en lo alto de la ciudad de Foz está el templo budista Chen Tien. Es un parque inmenso y tranquilo de puertas abiertas donde vale la pena disfrutar de una pausa.

Fue como un bonus track. Un regalo. La cereza de un postre ya demasiado rico. Si las Cataratas del Iguazú desatan la euforia con ese manto de agua que cae sin fin y nos quedan dando vueltas como una calesita, el templo budista Chen Tien –en Foz de Iguazú– es la otra cara de la moneda. Parece haber sido puesto ahí para que recuperemos el eje y sintonicemos con la naturaleza en delicada armonía.

El centro de meditación comenzó a construirse en 1996 por la orden budista internacional y hoy es un parque formidable de puertas abiertas y acceso gratuito, donde el único requisito para ingresar es que respetemos su condición de lugar de reflexión.

Eso implica caminar tranquilos por un predio de 17 hectáreas, no tomar fotos donde indican que está prohibido y dedicarse a respirar hondo para contemplar esas magníficas figuras y construcciones que nuestro imaginario siempre ubica tan lejos de casa. Sin embargo, Asia puede estar acá nomás.

Sin escalas

Cada vez que asoma un nuevo destino, me gusta dedicar un buen tiempo a explorar circuitos, datos, servicios y opiniones de otros viajeros. Adoro las sorpresas del camino, pero algunas omisiones me resultan imperdonables y después me fastidia mucho saber que estuve cerca de una maravilla y me la perdí por falta de información. Frente a eso, aun a riesgo de spoiler, indago bastante en la previa.

Fue justamente preparando el viaje familiar a las Cataratas que una búsqueda en internet me tiró la foto de un enorme Buda sentado de color amarillo. Lo tomé como un error, pero luego aparecieron otras estatuas de los reinos celestiales, un templo en forma de pagoda y un patio de mosaicos verdes con más de cien esculturas en fila.

Desde ese momento, el templo budista se volvió una parada del viaje a Iguazú tan obligatoria como la Garganta del Diablo o el bautismo acuático en gomón.

Para llegar, lo mejor será tomar un taxi seguro desde el hotel por unos 50 reales y, en lo posible, acordar con el conductor el horario de regreso o la espera (con una hora será suficiente). Al templo también llegan ómnibus urbanos que parten de la terminal de Foz, pero el recorrido es bastante engorroso y hay que caminar largas cuadras por calles de tierra en un barrio alejado de la zona turística. Es más barato (3,65 reales el boleto), pero nadie lo aconseja. Y demanda mucho tiempo, que es justamente lo que siempre escasea en las escapadas a las Cataratas.

Tarde libre

Apenas trasponiendo el portón de ingreso, un muchacho de ojos rasgados vende pequeñas imágenes, figuritas, sahumerios y fotos de colores saturados en un mostrador que improvisó  sobre una pirca. Nos saludamos con una sonrisa discreta y entramos buscando a alguien que nos oriente en la visita.

Pero no hay guías en el lugar. Para interpretar mejor la recorrida, en un salón austero atendido por dos mujeres muy amables que no hablan ni castellano, ni portugués ni inglés, es posible comprar un folleto por 5 reales.

A unos 200 metros, igual que en la foto, nos recibe el inmenso y alegre Buda con la sonrisa enorme, en un entorno arbolado. La escultura es de un amarillo intenso y tiene siete metros de alto. Rodeada de arbustos, está apostada sobre una plataforma que obliga a estirar el cuello para verle en detalle los pies regordetes.

Es “Maitreya, Buda de la felicidad y de la fortuna”, que en China llaman también “Buda sonriente”, símbolo de la bonhomía y el amor por los niños, según el librito que nos sirve de brújula. Recostado, “Buda Shakyamuni” en completo Nirvana, libre de todo sufrimiento material, es otra escultura magnífica ubicada frente al templo que preserva otros tesoros.

Tampoco mentía la foto de internet sobre el Gran Salón, el patio rodeado por 108 estatuas del “Buda Amitabha”, que con los gestos de sus manos (mudras) expresa sabiduría y generosidad, y está replicado tantas veces como las que debe recitarse su nombre para recibir su bendición.

“Las imágenes de budas no son de oro, pero su color dorado sirve para que el practicante recuerde la preciosidad de sus enseñanzas como joyas”, sigue ilustrando la cartilla, que precisa que son obra de un artista brasilero que trabajó con materia prima local, a diferencia de las estatuas de los guardianes y los reyes celestiales, que posan con rostros severos con sus mandolinas, espadas y serpientes, y fueron traídas del exterior.

El templo abre de martes a domingos a las 9.30 y cierra puntualmente a las 16.30. El paseo es reconfortante por la calma que envuelve ese parque inmenso donde la gente camina sin prisa y se sienta a conversar bajito o a meditar.

Algunos dedicamos los últimos minutos a reposar en silencio, recostados en el pasto con la silueta de la ciudad de Foz dibujada en el horizonte.