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Quebrada del Condorito, donde la espera rinde frutos

Caminata. Nos decidimos por el sendero que lleva al Balcón Norte, un cañadón de 800 metros de profundidad sobre el río.
Caminata. Nos decidimos por el sendero que lleva al Balcón Norte, un cañadón de 800 metros de profundidad sobre el río.

Casi tres metros cuando despliega las alas, un porte imponente y un perfil que tiene mucho de criatura milenaria; el cóndor es un ave que vale la pena ver de cerca. Y en el Parque Nacional Quebrada del Condorito la promesa de verlos sobrevolando los cañadones es más que suficiente para dedicarle un día.

Adentrarse en el pastizal

Después de anotarnos en la oficina de entrada nos acercamos al mapa que explica los diferentes recorridos que se pueden hacer en el parque, incluyendo una caminata interpretativa de baja dificultad y media hora de duración. Nos decidimos por el sendero que lleva al Balcón Norte, un cañadón de 800 metros de profundidad sobre el río, donde los cóndores van a bañarse. La caminata lleva cuatro horas entre ida y vuelta.

Nos adentramos en un ambiente árido de piedra y arbustos, que se sobrellevaba mejor con el día nublado. Por supuesto que hubiese sido una suerte enorme encontrarlos antes de entrar en calor, pero yo ya estaba buscando en el cielo el vuelo tan esperado. Nada por ahora.

El sendero está señalizado con número de postas. A medida que subimos la inmensidad se hacía más grande (si es que eso es posible), con las Altas Cumbres de telón de fondo.

Más arriba empezamos a ver destellos de color en medio de los pastizales, flores fucsias, rojas y azules, en manchones. La posta cinco, de diez, es el momento perfecto para sentarse a comer algo y recuperar el aliento. Sacamos los binoculares, oteando el horizonte pero las aves que pasaban eran demasiado pequeñas para ser cóndores.

Último trecho

Finalmente llegamos a una zona en bajada, que después de tanto subir, fue un regalo para las piernas cansadas. Ahí una Guardaparque en un puestito de emergencia saludaba y controlaba todo.

Balcón Norte. Una sombra cruzó el cielo, los binoculares pasaron de mano para ver el primer cóndor de la caminata que se acercó haciendo círculos hasta pasar por arriba del grupo.
Balcón Norte. Una sombra cruzó el cielo, los binoculares pasaron de mano para ver el primer cóndor de la caminata que se acercó haciendo círculos hasta pasar por arriba del grupo.

Pasamos debajo de unos arbustos, bajamos un poco más por la piedra y ahí estaba; la pared de piedra, gigante y el río por abajo, abriéndose camino como una vena plateada.

Los visitantes sentados frente al mirador pasaban botellas de agua de acá para allá y sacaban fotos, pero todo ocurría en voz baja, los saludos a los recién llegados, el “alcanzame tal cosa”, ni un celular ruidoso (aunque claro, que no haya señal ayuda), como si hubiésemos hecho todos un pacto para no romper la quietud del lugar, esa que cuando estamos en el trajín del día a día nos queda lejana.

Bajamos un poco más, hasta donde una baranda marca el final del espacio hasta donde se puede llegar, ahí hay carteles que explican cómo identificar las especies autóctonas que pueblan este rincón que es de todos nosotros, pero de las aves un poco más.

Nos quedamos un rato, y después otro más, esperando, asomándonos a la baranda. Todo esto musicalizado por unos pajaritos chicos que se bañaban en los charcos que había dejado la lluvia de la madrugada.

Emprendimos la vuelta mirando hacia atrás, no vaya a ser cosa que justo pasaran volando cuando nos íbamos, pero no. Volvimos a pasar por el puesto de la guardaparque y el camino empezó a subir, una vez más.

“No importa, esto significa que nos queda una razón para volver” dijo una de mis compañeras de viaje y sonreímos, es así, siempre es lindo tener la excusa de volver a saldar algo pendiente. Charlamos y desandamos, ahora saludando nosotras a los caminantes que cruzábamos de frente todavía yendo al Balcón. Aunque eran pocos, por el horario.

La recompensa

Unos cordones desatados, una garganta con sed, una fruta que quedó a medio comer, fueron la excusa para sentarnos unos minutos al borde del camino. Y entonces una sombra cruzó el cielo, los binoculares (de esos grandotes, que tienen décadas de uso) pasaron de mano y mano y sí, vimos nuestro primer cóndor de la caminata, se acercó haciendo círculos hasta pasar por arriba nuestro, atrás vimos el segundo, y unos minutos más tarde dos nuevos.

Mirador. Mantenerse en silencio y contemplar el paisaje, como si los visitantes como si hubieran  hecho todos un pacto para no romper la quietud del lugar.
Mirador. Mantenerse en silencio y contemplar el paisaje, como si los visitantes como si hubieran hecho todos un pacto para no romper la quietud del lugar.

El collar blanco que les decora el cuello es la forma más rápida de identificarlos, si son hembras, o machos jóvenes pueden no tenerlo y ahí hay que buscar otras características. Estábamos a una posta de llegar al punto de partida. Ahora teníamos que buscar otra excusa para volver.