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El llamado de los tambores

En un universo de tierras rojizas y suaves serranías, se evocan antiguos rituales para celebrar solsticios y equinoccios.

El valle se encuentra formado por rocas sedimentarias de gran tamaño del  período cretácico (de aproximadamente 120 a 130 millones de años de antigüedad) denominadas areniscas rojizas y circundadas por bosque serrano, en el pie de los montes, y pastizales de altura en las cumbres de los cerros.

Ongamira, a 20 kilómetros de   Capilla del Monte, en lengua comechingona significa “energía de todo lo creado”. Y eso se percibe en el cuerpo, en el alma y en el corazón del visitante cuando se adentra por los senderos hacia las oquedades de la montaña. Es lo que se siente al elevar la mirada hacia los grandes aleros, cubiertos de helechos, flores, vertientes y chirrios (aves de las grutas) que revolotean por las altas paredes rugosas, húmedas y erosionadas, por el viento y el agua.

Los cerros Pajarillo (1.700 metros sobre el nivel del mar) y el Colchiqui (1.575 metros), son los eternos y pétreos guardianes del lugar, que por sus curiosas formas le otorgan magia al enigmático paisaje.

Antiguas civilizaciones. Ongamira albergó a la cultura ayampitín, una de las más antiguas del país (8.000 años de antigüedad, según estimaciones).

Es en estos sitios donde Aníbal Montes y Alberto Rex González descubrieron importantes yacimientos con vestigios arqueológicos.

Recuperaron restos de alfarería, puntas de flecha y utensilios de uso común en esas comunidades  primitivas enroladas en pueblos de cazadores y recolectores nómades a los que le sucedieron en evolución los comechingones.

El cerro de los dos nombres. En tiempos donde los "camiares", como también se llamaba a los comechingones, vivían libres en pleno contacto con la naturaleza, el cerro se llamaba  Charalqueta y reverenciaba al dios de la alegría.

Pero esa armonía se alteró cuando llegó el capitán español Blas de Rosales, uno de los primeros encomenderos y compañero de Jerónimo Luis de Cabrera, fundador de Córdoba.

Corría el año 1573 y la intención era la extracción de minerales de esa zona. Alertada de la presencia española la comunidad aborigen se levantó en defensa y atacó ferozmente con sus “sacates” (pueblos) al invasor, al que dio muerte.

En muy poco tiempo, la venganza llegó con mucha sangre derramada, porque fue en el valle de Ongamira donde se produjo una de las matanzas más cruentas de la historia de Córdoba.

Los españoles subieron al cerro con sus caballos por el poniente mientras los comechingones resistieron en la lucha. Muchos ancianos y mujeres con sus niños no dudaron en arrojarse al vacío, para no entregarse al yugo del conquistador,  mientras ofrecían una última mirada al cerro Charalqueta, el dios de la alegría.

A partir de este suceso el cerro cambió el nombre por Colchiqui que se refiere al dios de la fatalidad, de la tristeza.

Despierta una nueva fuerza. Desde siempre, el Valle de Ongamira y sus grutas son una zona muy codiciada por su riqueza mineral, paisajística y por la abundante diversidad de flora y fauna.

Cielo, tierra, sol y agua son responsables de tanta belleza que hoy claman por protección. Tal como lo hacen en la actualidad los habitantes de Ongamira y los vecinos autoconvocados, con su grito de ¡Ongamira despierta!.

Ellos vuelven a decir “No a la mina, si a la vida” con una resistencia de acciones concretas que despiertan conciencia en la defensa de quienes, una vez más enfrentan a los que no valoran  cultura, identidad y naturaleza mediante explotaciones mineras a cielo abierto.

“La tierra no está enojada, la Pachamama se está sanando” fue una de las frases que resonaron el pasado 21 de marzo en el encuentro de 8.000 tambores por la paz, que se realizó en la entrada a las Grutas de Ongamira.

Se evocan ceremonias antiguas, con mucho respeto y humildad, como lo propone desde hace tiempo “Goyo” Masmán Flores y sus amigos desde las Grutas de Ongamira. Hacia allí  llegan cada vez más personas de todas partes del mundo, para tocar tambores, realizar temascales, hacer sonar cuencos sagrados e izar wipalas.

En esa ocasión se  invoca a los espíritus del cóndor, del  águila, del colibrí y a los apus (divinidades) de las montañas, de los ríos, del viento y del sol.

Allí se congregaron codo a codo un coya, que saludaba en quechua, y una canadiense que cantaba una canción sioux junto a Umay (“la que sabe”) de hierbas medicinales.

Ahí estaba Daniel Brower que compartía los cuencos de cuarzo y sus círculos de sonidos con el resto de los concurrentes, todos aunados más allá de las fronteras.

Y muy  cerca, la silueta del cerro Colchiqui, que sigue invitando a la reflexión mientras se  espera que el hombre nuevo vuelva a identificarse con lo esencial a través de  sus cantos, danzas, fuegos y música.

El cerro espera que le devuelvan  su antiguo nombre y que la tristeza Colchiqui se convierta en felicidad Charalqueta.

Refugio de artistas e intelectuales

Muy cerca de las grutas de Ongamira y el cerro Calavera, desde donde se tiene una  fabulosa vista panorámica, se puede visitar también el Centro Recreativo Cultural Deodoro Roca, que abarca la representación de una vieja pulpería, una galería de arte, un restaurante y un museo.

El lugar recuerda al abogado cordobés, libre pensador e impulsor de la Reforma Universitaria de 1918. Allí se atesoran casi 24.000 piezas de objetos antiguos, armas, puntas de flecha, una colección de monedas y hemeroteca.

Cuentan los memoriosos una anécdota  ocurrida por los años ¨30 cuando Deodoro Roca junto a un vecino colocaron el siguiente cartel:

“Próximamente Lazareto Leprosario Doctor Finocchietto”, con el fin de ahuyentar los loteos masivos en ese ambiente natural.

Dónde. Centro Recreativo Cultural Deodoro Roca, ruta provincial 17, Ongamira, teléfono (03543) 155-54175.
Abierto todos los días.

Datos

Distancia De Córdoba: 122  kilómetros.
Informes. Oficina de Turismo; teléfono: (03548) 48-1538.