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El Cuarteto del Amor lleva sus canciones en la mochila

Andrés Lazaroff recorre las calles junto con El Cuarteto del Amor y planea dar la vuelta al mundo haciendo lo que mejor sabe: tocar y cantar.

De adolescente salía de gira con Falta y Resto, la murga más importante de Uruguay, pero un día eligió la calle y no hubo vuelta atrás. Viviendo en Córdoba, Andrés Lazaroff se juntó con otros músicos, formó El Cuarteto del Amor y su relación con el arte cambió para siempre. Después de recorrer Argentina y Uruguay haciendo serenatas y canciones inspiradas en las décadas del ’20 y el ’30, empezó a tachar lugares en el mapa con un fibrón indeleble. Su historia es la de la música como combustible para vivir surfeando nuevas latitudes.

–¿En qué momento la música se convirtió en un “boleto para viajar”, como dirían los Beatles? ¿Cómo es recorrer distintos lugares con tu arte?

–A partir de los 17 años comencé a viajar con Falta y Resto. Desde ese momento hago giras con la murga y siempre traté de trasladarlo a algo propio, hasta que en 2011 se formó El Cuarteto del Amor y empezamos a viajar especialmente con el conjunto. Ahí me di cuenta de que se podía, porque tocar en la calle te brinda un contacto muchísimo mayor con la gente y podés mantenerte perfectamente. Es un sueño hecho realidad, porque combina las dos cosas que más me gusta hacer: cantar y viajar. Además, la gente te ayuda, colaborando económicamente o invitándote a comer o a dormir. Eso sucede siempre si vos lo estás buscando.

–El Cuarteto del Amor viajó por Sudamérica, la costa este de Estados Unidos y varios países de Europa. ¿Cómo fue cantar para culturas tan distintas?

–En realidad, lo único que adaptamos de nuestro acto fue el idioma, porque El Cuarteto del Amor pretende que la gente entienda las letras. Entonces, en Brasil nos adaptamos al portugués y en Inglaterra, al inglés, aunque también dejamos cosas en español. Igualmente, todas las personas disfrutan de la música, es una cuestión humana. En otros países lo que hacemos es intensificar el acto, exacerbarlo. Allá no nos conoce nadie, nos miran raro, pero nos dejan actuar porque estamos brindando buena onda. Si vos entregás una buena vibración, a la gente le va a gustar.

–¿Cómo se vive en la ruta cuando las canciones son tu único medio de vida?

–Algunas veces no te da para comprarte una gaseosa o dormir cómodamente en un hostel. Pero te aseguro que, si en vez de tocar dos horas tocás seis, te va a ir divino sea donde sea. Cuando las canciones son tu único medio, ponés todo tu corazón en eso.

–Saliste de gira por teatros importantes y salas con una técnica impecable. ¿Cómo es viajar de pueblo en pueblo sabiendo que el público te va a escuchar en la calle?

–Es lo mejor que te puede pasar, porque nadie te está esperando. Tocar en un teatro es muchísimo más fácil. Lo que tiene la música callejera es que vos estás irrumpiendo en la vida cotidiana de mucha gente, y eso es toda una aventura. No sabés cómo van a reaccionar, pero sabés que los vas a sacar de su rutina. Te van a preguntar qué hacés, te van a agradecer porque les alegraste el día, se van a quedar parados esperando una serenata aunque estén llegando tarde. Y eso te hace conocer cada lugar realmente a fondo. Yo estuve un mes en Bolivia, pero puedo decir algo sobre la cultura boliviana porque te metés directamente en su cotidianeidad, entendés a la gente de igual a igual. No estás elevado en un escenario, estás a la misma altura, sin amplificación, cantándole a los ojos.

–¿Qué sentís cuando viajás en plan de turista y no cantás?

–Me aburro. Obviamente que uno necesita descansar y demás, pero en mi caso la música ha sido algo que me ha incentivado a viajar. Cuando entendí que se podían combinar las dos cosas, decidí que esa iba a ser mi forma de vida.

Para todos los gustos

Una serenata: "Una improvisada en el Central Park de Nueva York, para una pareja que cumplía 20 años de casados ese mismo día. Terminamos todos llorando".

Un recorrido: "Cuando, guiados por los niños, tocamos en diferentes partes de la Rocinha, una de las favelas más grandes de Río de Janeiro. Fue el lugar de Brasil donde nos sentimos más seguros y bienvenidos".

Una curiosidad: "En Londres nos contrataron para el aniversario de un matrimonio de la aristocracia y terminamos en un palacio haciendo un trencito con sires, lores y duques. La Reina había mandado una carta disculpándose por no poder asistir".

¿La ciudad del amor?: "Cochabamba, en Bolivia. Cualquier noche podés encontrar entre 200 y 300 parejas besándose en una plaza".

El próximo viaje: "Voy a dar la vuelta al mundo saliendo desde Uruguay y pasando por Europa, Medio Oriente, Asia y el Pacífico hasta llegar a Isla de Pascua y volver por Chile; siempre cantando".