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Cambio de vida: personas que dejaron la ciudad para radicarse en las Sierras

La Fonda de Cruz Chica forma parte de las casas pintorescas de Dourge. (Foto: La Fonda de Cruz Chica)
La Fonda de Cruz Chica forma parte de las casas pintorescas de Dourge. (Foto: La Fonda de Cruz Chica)

Dos historias de parejas que decidieron alejarse de Córdoba capital y modificar su estilo de vida para dar marcha a emprendimientos en distintos puntos de la provincia.

Al poco tiempo de conocerse, Virginia le propuso a Martín mudarse a Cruz Chica, entre La Cumbre y Los Cocos, a 90 kilómetros de Córdoba capital. A ella se le había presentado un desafío importante y necesitaba un compañero. La Fonda de Cruz Chica, una de las "casas pintorescas" que el arquitecto León Dourge edificó en ese lugar, quedaría a su cargo.

Debían devolverle la vida y hacer de ese un espacio sustentable. La tarea resultaba por momentos titánica, ya que mantener esta casona del 1900 implicaba cuidados minuciosos. Sin embargo, la pareja estaba convencida de que estaba en el camino correcto. Algunos inviernos se hacían largos y fríos, y era en ese momento cuando se debía agudizar la creatividad.

Hoy, recorrer La Fonda es compartir la historia con la calidez de esta familia que supo resguardas sus tradiciones. La casa es testigo de reuniones de mujeres, de largas comidas entre amigos, de íntimas charlas en la cava y, sobre todo, de una experiencia que hace que los invitados se sientan cuidados en todo sentido por los anfitriones.

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Al dejar el lugar, Virginia invita a pedir un deseo, pues, según parece, La Fonda de Cruz Chica tiene la gracia de cumplirlos. Su propia experiencia es testigo.

A otro ritmo

Por amor –como deberían hacerse todas las cosas–, Ana dejó la ciudad de Córdoba para instalarse en Yacanto de Calamuchita, a unos 120 kilómetros de la capital provincial. Quedaban atrás su trabajo como psicóloga, su departamento, sus amigos y su familia. Tenía miedos, pero también muchas expectativas. Había decidido acompañar a "Pepe" y se sentía lista para incorporarse a este pueblo de andar pausado.

Los primeros meses le sirvieron para entender que era necesario cambiar su ritmo de vida, sus consumos y sus aspiraciones. Ya no precisaba comprar tanta ropa, tantos muebles, tanta tecnología. Ahora tenía tiempo para charlas más largas y profundas, para detenerse a respirar en medio de su día de trabajo. Era inevitable conectarse todo el tiempo con la naturaleza.

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La adaptación de Ana fue casi instantánea. Su calidez natural la ayudó a rearmar su entorno social y, si bien confiesa que extraña ir al cine y salir por el barrio de Güemes, prefiere seguir cortando leña para calentar los fríos inviernos.

Hoy trabaja como psicóloga en el dispensario de Yacanto y colabora con “Pepe” en su complejo de cabañas, además de acompañar de cerca el crecimiento de su hijo, Vicente. Pocos años atrás, este relato era impensado en la vida de Ana. Hoy, en cambio, no concibe la posibilidad de dejar las Sierras.