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Villa Pehuenia, belleza a la vista

Fundada apenas en 1989, Villa Pehuenia tardó poco en pasar de ser una aldea escondida a un destino con personalidad propia. Hay montañas, volcanes, lagos, bosques y estepa. Tiene una excelente gastronomía y cerveza artesanal. Con espuma densa que se pega al vaso, como la de nuestro fernet.

Poco más de 300 kilómetros separan Villa Pehuenia del aeropuerto de Neuquén. El entorno en buena parte del camino es acaparado por la estepa patagónica. En Primeros Pinos, unos 80 kilómetros antes, comienza el dominio de las araucarias. El camino de ripio está en muy buenas condiciones, se aminora un poco la marcha y se agradece porque el entorno es imperdible. Llegamos. Es hora de la siesta y se nota. La temporada está calentando motores. Camino un par de cuadras hasta Puerto Malén, mi hospedaje. A través de los ventanales, el intenso azul del lago Aluminé me da la bienvenida.

Pehuenia por agua

En el pequeño amarradero del Golfo Azul, iniciamos el paseo en barco. Charlie, el capitán, ofrece una cálida y locuaz bienvenida. Nos lleva a conocer la península de Villa Pehuenia y nueve de las catorce islas del espejo, con hermosas playas y muchas de ellas solo accesibles por agua. El lago tiene 53 kilómetros cuadrados y una profundidad máxima de 240 metros, con visibilidad hasta los doce. El color del agua cambia constantemente: azul, verdoso o turquesa. En noviembre su temperatura alcanza los 18 grados y en enero logra los 20, ideales para una zambullida. Entre explicaciones y chistes, por momentos el guía se pone serio: “El lago es el patio de nuestra casa y, como tal, lo cuidamos”. Mediodía. El calor pica tanto como en Calamuchita pero con menos humedad. Opto por los suculentos raviolones de ciervo de La Fábrica con filetto, para que no resulten pesaditos.

DATOS. Información útil sobre nuestra bella Villa Pehuenia.

Pehuenia por tierra

Dos botellitas de agua fresca alcanzan para los 20 kilómetros de recorrido en bicicleta. Mi asma exige además un par de disparos de ventolín. Fernando es el guía. Con menos de treinta, acumula tanta experiencia como pasión por el lugar y su actividad. Hacemos los primeros metros por la ruta de acceso para luego internarnos por un camino paralelo. Subidas y bajadas suaves con alguna que otra rama caída. Cambio piñones, corona y aire y nos metemos en tierra mapuche. Como mi mujer en el supermercado, Fernando no deja a nadie sin saludar. Hay clase de botánica: “¿Viste esos lugares de árboles grandes y césped verde, ideales para un picnic? Eso es un bosque enfermo. El sano tiene leña seca, hojarasca, arbustos y árboles de distintas alturas”, explica. Después de araucarias, ñires, cohiues, lengas y radales, dejamos las bicicletas para iniciar una corta caminata hasta llegar al lago Moquehue que es, sin dudas, la mejor recompensa. Mates, alfajores, un poco de charla y retornamos.

Volcanes y lagunas: Batea Mahuida 

En una Defender ascendemos hasta la cumbre del volcán inactivo de 1.990 metros de altura. A solo 8 kilómetros de la villa, el Mahuida ofrece una panorámica de 360 grados del bosque andino, la línea de los lagos y la estepa. Además de Villa Pehuenia y Moquehue, podemos apreciar cinco volcanes chilenos, dos argentinos y lagos de ambos países. Descendemos al cráter donde se ha formado una laguna de deshielo caracterizada por sus colores verdes y turquesas. Esta zona, administrada por la comunidad mapuche Puel, se convierte en invierno en un parque de nieve para la práctica de esquí alpino, nórdico y snowboard.

Paso del Arco, entre dos países

Es un antiguo paso a Chile. En esta excursión, también realizada en vehículo doble tracción, visitamos las ruinas de la antigua aduana, cruzamos un hito fronterizo con Chile y llegamos a Laguna Norte, un cráter secundario del Batea Mahuida. Nos internamos en plena estepa, un paisaje semidesértico en altura, por encima de los 1.400 metros. En esta región no queda muy claro de qué lado estamos y, mientras vadeamos un arroyo, un desfile de motos enduro nos sobrepasa. Corren el riesgo de algún “reto” carabinero, pero no parecen muy preocupados. Un poco más adelante llegamos a la laguna Piñihue, también de frondosa vegetación andina. Hay picada patagónica que incluye, entre otras delicias, jabalí, ciervo y vino de la zona.

Despedida

Huyendo del ruido y del estrés, ha confluido en Villa Pehuenia gente de todo el país, especialmente de Santa Fe y de Buenos Aires. “¿Qué hay para hacer acá?”, preguntó Charlie hace unos 15 años, cuando llegó para asentarse. En ese momento, vivían en la aldea unas 200 personas. Alguien le respondió que todo estaba por hacerse.

Si me preguntan qué se puede hacer en Pehuenia hoy, contestaría algo parecido, pero diferente: se puede hacer de todo.