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Cuaderno de viaje: metal y cultura en Buenos Aires

La sensación que tengo cada vez que arribo a la ciudad de Buenos Aires, una metrópolis descarnada, es la de ser una exploradora de lugares recónditos, una viajante camuflada entre personajes que van y vienen con un destino concreto. Al menos en apariencia, claro.

Yo en cambio puedo tomarme el subte, bajar en una estación y caminar sin la guía de Google Maps, ir a un parque del que escuché hablar alguna vez, recorrer una de las tantas avenidas amplias de esta urbe descomunal, cruzar un espacio verde y detenerme a la sombra de un ombú.

Aunque me quede por años, siempre habrá un lugar nuevo por descubrir y, por ende, perderse. Como me pasó cuando conocí el Impa. Iba en el colectivo 146 por avenida Díaz Vélez, bajé en Pringles, caminé hasta Querandíes al 4200 y me topé frente a una imponente construcción que no pasaría desapercibida por nada en el mundo.

Se trata de un edificio en pleno barrio Almagro y se llama La Fábrica. Pero ¿qué tiene de especial una fábrica? A secas, así como suena, nada. Sin embargo, me dejo envolver por la mística de sus murales pintados que se ven desde la vereda del frente, y entonces alguien se encarga de tirarme un dato preciso: es una fábrica recuperada por sus trabajadores.

Devenida en espacio cultural, arte y resistencia, “el Impa” (Industria Metalúrgica y Plástica Argentina) es una empresa productora, en este caso de aluminio, donde funcionan un bachillerato, un centro cultural, un museo, un centro de jubilados, una radio y un canal de televisión. “Alta movida”, pensé. Además, otro aspecto interesante es que el inmueble se comparte con tres cooperativas: una de diseño, de librería y de aluminio, conocida como Cooperativa 22 de Mayo, que es la que mantiene el comodato del espacio junto a la propuesta de educación y arte popular.

Durante su historia, y aseguro que es fascinante, la fábrica estuvo varias veces amenazada y en peligro de desalojo; al verla por fuera y luego ingresar en sus pasillos, parece increíble realmente que cada una de sus instalaciones sean aprovechadas para todas las actividades que se ofrecen desde el colectivo cultural y de educadores, donde los vecinos y quienes allí participan, siguen sosteniendo el día a día con bastante dedicación.

Basta recorrerla en su interior y observar cómo sobrevive la mixtura entre lo que fue y lo que sigue siendo, imaginar a sus trabajadores en la época en la que sólo funcionaba como lugar de producción, con sus máquinas y sus olores, pero hoy representa un espacio de encuentro, trabajo y cooperativismo.

Impa ocupa una cuadra entera, cuenta con cuatro pisos y, como todos los espacios recuperados, posee esa característica particular bastante identificable: forma parte de una cadena productiva que en lugar de elaborar productos, persiste como movimiento y espacio de resistencia, donde se representa a los vecinos, a la historia, a una identidad particular movilizada con ideas y acciones concretas.

Una fábrica en el barrio de Almagro no necesariamente es una fábrica más: esconde una historia de compromisos.

Impa ocupa una cuadra entera en Buenos Aires, con espacios recuperados dedicados al arte y a los vecinos.